INFORMACION DE LA PAGINA

En esta página se irán añadiendo íntegramente los Vía Crucis realizados para la procesión del Cristo de la Noche Oscura con indicación del Autor y fecha de realización.

martes, 29 de julio de 2008

- VÍA CRUCIS. 26 DE MARZO DE 2002, MARTES SANTO - BARTOLOMÉ J MARTÍNEZ GARCÍA

Proemio ...ME ACERCO HASTA TI, CRISTO DE LA NOCHE OSCURA.”

Míranos ante ti, Señor, reunidos en derredor tuyo un año más. Unos por primera vez, otros con la suficiencia que dan los años. Cuadrando nerviosamente las escuadras, buscando nuestro lugar en el cortejo…

Te damos gracias por habernos congregado de nuevo, permitiéndonos continuar con aquel espíritu de nuestros fundadores que pretendían que llegaras a todos los confines de nuestra ciudad, para que ella se llenara de ti.

Purifica, Señor, nuestros corazones y haznos dignos de este servicio. Que nuestra oración y nuestro sacrificio sean agradables a tus ojos.

Hermanos:

En cumplimiento de nuestras reglas nos preparamos para dar testimonio de Cristo, llevando su imagen por nuestras calles. Confiemos en que este ejercicio de piedad y devoción pueda servirnos para acercarnos un poco más a Jesús y a su misterio de salvación.

Que al igual que ahora acompañamos la Imagen de nuestro Divino Titular, Él nos acompañe a todos y a cada uno de nosotros hasta el último día de nuestra vida.

Así sea.


Primera Estación
JESÚS EN EL HUERTO DE LOS OLIVOS (Mt. 26, 36-46)
V/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Venías, Señor, de instituir la Alianza nueva, el Sacramento del Amor que nos asegura tu presencia entre nosotros: “Este es mi cuerpo... Esta es mi sangre... Haced esto en memoria mía”, habías anunciado a tus discípulos en medio de un ambiente lleno de emotividad en que pediste al Padre que te glorificase.
De ahí, sin solución de continuidad, pasas a la oscuridad y la quietud de Getsemaní. Buscaste un lugar que te era conocido, donde habías orado otras veces (Jn. 18, 2) y allí, entre los íntimos, te ganó la tristeza. “Triste está mi alma hasta la muerte”, le confiaste a los tuyos. (Mc. 14, 34)”
Sentiste miedo, Señor, humanísimo miedo. De ese que a todos nos ha atenazado alguna vez, hasta hacernos insufrible el porvenir. De ahí tu súplica: “Padre, todo te es posible; aleja de mí este cáliz..” (Mc. 14, 36). Acaso nunca te encontraste más cerca de nosotros que durante estos momentos de tribulación.
Ciertamente la escena liminar de tu Pasión rompe nuestros esquemas. No es esa la imagen de Dios a la que estamos acostumbrados. Más bien lo asociamos con palabras que están en las antípodas de este momento (majestad, omnipotencia,...) Pero Tú, Jesús, en el comienzo de esa noche oscura, nos enseñaste que el miedo no es algo que deba avergonzarnos, que sólo los insensatos o los locos son inmunes a él.
Miedo por los hijos, por los padres, por lo que pasará o por lo que puede pasar. Temor a que las circunstancias den un vuelco que no podamos controlar. Pavor a perder nuestras seguridades...
Si Tú, Señor, padeciste miedo, nada puede haber en él de innoble. Mas con tu agonía en el huerto de los olivos nos dejaste también otras enseñanzas:
En un instante de aflicción buscas la ayuda de los demás: “Quedaos aquí y velad conmigo” (Mt. 26, 36) les dices a Pedro y a los hijos del Zebedeo. He aquí un nuevo mensaje ante la tentación que todos hemos sentido a veces de envolvernos en nuestro dolor, cerrándole la puerta a los demás. Tú, Señor, imploras ayuda y nos muestras con ello que el ser humano no fue creado para estar solo y que no debe comportarse como si su vida únicamente a él le incumbiera.
En mitad de tu dolor, Señor, aceptas de antemano la voluntad del Padre: “no se haga mi voluntad sino la tuya”. Aún entre las densas tinieblas que afligieron tu alma, sacaste fuerzas para asumir la misión para la que habías venido al mundo.

“Y el cáliz, de amargura necesaria,
fue llevado a la boca, fue bebido.
La boca, todo el cuerpo,
el alma del más puro
aceptaron el mal sin resistencia.”
(“Viernes Santo” Jorge Guillén)

Cristo de la Noche Oscura, danos fuerza para que, ante las tribulaciones de cada día, tengamos siempre presente tu ejemplo.
V/ Señor, pequé.
R/ Tened piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...

Segunda Estación
JESÚS ES TRAICIONADO POR JUDAS Y ARRESTADO(Mt. 26, 47-56)
V/Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

“Al instante llegó y se le acercó, diciendo: Rabí y le besó. Ellos le echaron mano y se apoderaron de él” (Mc. 14, 45-46). Es el colmo de la ironía. Te viste entregado, Señor, por medio de un símbolo de afecto, un beso. Tú mismo se lo hiciste notar al traidor: “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?” (Lc. 22, 48).
En toda tu Pasión el porqué de la actitud de Judas no queda claro. Avaricia, celos de tu triunfal entrada en Jerusalén, arribismo, desilusión al no ver en ti el Mesías terrenal que anhelaba... Acaso, un poco de esto y de aquello, qué más da. Poco importa lo que le sirvió a Judas para procurarse una autojustificación.
Tampoco a nosotros nos resulta difícil encontrar razones para justificar nuestras decisiones. Tanto menos difícil será cuanto más dormida tengamos la conciencia. Podemos hacerlas pasar, sino por buenas por aceptables para unos pocos, o para la mayoría, sólo dependerá de nuestra capacidad de convicción. Pero el truco no vale contigo, Señor. Tú también, como en aquella hora, puedes salirnos al paso diciéndonos: ¿De esta forma me entregas? ¿Así te olvidas de mis enseñanzas? ¿Esa es la idea que tú tienes de ser cristiano?
Claro que, como Judas, nosotros podemos diluirnos entre la turba y hacer como que la cosa no va con nosotros. Podemos incluso olvidarnos de ti. Esa es nuestra decisión, para algo el Padre nos creó libres. Pero Tú también eras libre. El Evangelio de San Juan nos lo recuerda (18. 5-6). Tus captores retroceden y caen en tierra cuando les respondes que eres el que vienen a buscar, nada te hubiera impedido frustrar el prendimiento. A ti tan sólo te preocupa en ese trance la seguridad de los que contigo están: “Si me buscáis a mí, dejad marcharse a éstos” (Jn. 18, 8).
Asumes tu misión y te niegas a que por tu libertad se derrame sangre, mostrándonos que no es lícito hacer el mal aun cuando la razón de fondo esté de nuestro lado.
Todavía hoy, dos milenios después de aquellos días, nos cuesta comprender esa extrema mansedumbre tuya, ese abandonarte a los designios del Padre poniéndote en manos de tus enemigos, no por derrotismo, sino por amor hacia el género humano.
En estos dos mil años tampoco los hombres hemos cambiado mucho. En circunstancias parecidas los más corremos a ponernos a resguardo, olvidando fidelidades y ganando tierra de por medio, dejando desamparados a los hermanos –nuevos cristos objeto de injusticias- que tenemos a nuestro lado.

Ante esto, Señor, podemos rogar con el poeta:
“Y tú, Rey de las Bondades,
que mueres por tu bondad,
muéstrame con claridad
la Verdad de las verdades,
que es sobre toda verdad.”
(“Ante el Cristo de la Buena Muerte” J. M. Pemán)

Cristo de la Noche Oscura, haznos dignos de seguir tu camino de entrega y de amor por los demás.
V/ Señor, pequé.
R/ Tened piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...


Tercera Estación
JESÚS ES CONDENADO POR EL SANEDRÍN (Mt. 26, 57-68)
V/Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

A veces denominamos justicia a lo que no es más que un burdo esperpento. Este fue el caso, Señor, de tu condena por el Sanedrín. La sentencia ya había sido pronunciada tiempo atrás, por boca del propio Caifás. Ante la algarabía montada tras la resurrección de Lázaro, la tuya era una condena anunciada a falta de ponerle fecha. El Sumo Sacerdote lo afirmó de manera categórica: “¿no comprendéis que conviene que muera un hombre por todo el pueblo y no que perezca todo el pueblo?” (Jn. 11.50).
Y el pobre y sufrido pueblo de convidado de piedra; siempre aludido como justificación de todo y casi siempre manejado. En verdad poco tenías Tú, Señor, de peligroso para pueblo alguno. En tus palabras había mesura, comprensión, discernimiento, pero sobre todo amor. Ese es el mensaje que ha cautivado a generaciones y fue también la causa que determinó la alianza contra ti, una alianza de conveniencia entre los que tenían mucho que perder si tu doctrina encontraba eco entre las gentes.
Ante el Sanedrín compareciste sólo, sin que nadie hablara en tu favor. No te encaraste con tus jueces, mas no cejaste de demostrarles tu dignidad y las incoherencias en las que caían. Nos enseñaste, Señor, a mantenernos dignos en toda ocasión, sin importarnos la fuerza con la que carguen contra nosotros. Nos diste una muestra de cómo hemos de comportarnos, incluso con quienes nos quieren mal. Aunque la primera lección que hemos de sacar del pasaje de tu condena por el Sanedrín es la de la coherencia: Fueron tus propias palabras las que te abrieron el camino de la cruz.
Viendo que no encontraban testimonios mínimamente presentables con los que condenarte, Caifás, contra lo que debía, te interpeló directamente: “Te conjuro por Dios vivo a que me digas si eres Tú el Mesías, el Hijo de Dios”. La respuesta brotó de tus labios con dulzura: “Tú lo has dicho. Y yo os digo que a partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo sobre las nubes del cielo”.
Aquella afirmación te condenaba irremisiblemente a los ojos de los sanedritas, pero Tú no rehuiste el compromiso. Conocías las consecuencias y las asumiste. No vacilaste ante los poderosos, ni buscaste componendas o medias tintas que pudieran sacarte del entuerto.
Claro que los que te condenaron no podían comprender la magnitud de tu entrega, ni tan siquiera estaban preparados para admitir tu propia divinidad. Se cerraron a ti, como quien se cierra a lo que le es dañino. Te declararon blasfemo, Señor, por decir la verdad y aún hoy decir la verdad es algo que a veces cuesta caro. No resulta sencillo seguir el ejemplo que nos ofreces, pero qué falta nos hace tener siempre presente tu modelo de compromiso:

“Dijiste luz y abundan los abismos.
Dijiste amor y hay odio en las miradas
Dijiste paz y hay pífanos de guerra.
Si aún la vida se nutre de egoísmos.
Si aún hay almas que están atribuladas.
¿Cuándo vuelves, Señor, por esta tierra?”
(“Sonetos para un Via Crucis” Jerónimo Calero)

Cristo de la Noche Oscura, danos fuerzas para ser coherentes con el mensaje que nos dejaste.
V/Señor, pequé.
R/Tened piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...

Cuarta Estación
JESÚS ES NEGADO POR PEDRO (Mt. 26, 69-75)
V/Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Judas ha pasado a nuestra memoria común como el paradigma del traidor, sin embargo Pedro no le fue a la zaga. El suyo no es un episodio menor, de hecho es significativo que los cuatro Evangelistas lo refieran. Aunque el juicio ha de ser distinto por el desenlace de uno y otro; para el primero la desesperanza, para el segundo el arrepentimiento y la gracia.
“Aunque todos se escandalicen de ti, yo jamás me escandalizaré.” (Mt. 26, 33). Eso había dicho Pedro en la cena pascual. Hablaba con la jactancia de quien reclama un lugar de privilegio, con la soberbia de líder, con la petulancia del que se cree a salvo de las debilidades del común de los mortales. Buen ejemplo para mostrarnos, Señor, que no podemos escapar de ser simplemente hombres.
La determinación de horas antes se trocó en cobardía. “Yo no conozco a ese hombre”. (Mc. 14, 71). “¡Yo qué iba a ser de los suyos! Sí soy galileo, pero nada tengo que ver con ese Jesús”. Pobre Pedro, te siguió a la casa de Caifás seguramente por amor – porque le importaba tu suerte-, mas no tuvo amor suficiente para no renegar de ti cuando se vio en peligro.
Los seres humanos a menudo sobretasamos nuestras fuerzas. Somos demasiado soberbios para reconocernos débiles, pero la debilidad nos es connatural. Bueno – pensamos- estas cosas le pudieron pasar a Pedro, que para algo era Apóstol, no a nosotros. Nuestras vidas, más o menos anónimas, no dan para tanto. Y, sin embargo, a poco que miremos, cuántas veces te dejamos, Señor, en la estacada.
Lo hacemos cuando nos desentendemos de ti y cuando contemplamos la suerte de los demás como cosa ajena: “¿Y yo qué tengo que ver con eso? ¡Ellos se lo han buscado! Algo habrán hecho”. Frases que son como un sedante para nuestra conciencia y que constituyen negaciones de ti y de tu mensaje.
Simón Pedro se encontró con tu mirada, Señor, y eso bastó para recordarle tus palabras: “Antes de que cante el gallo me negarás tres veces”. De ese reencuentro contigo surgió espontáneamente el arrepentimiento.
Dice la Escritura que Pedro lloró amargamente. Hubo un antes y un después de ese llanto. Es como si hubiera nacido un hombre nuevo que era capaz de reconocerse. Él finalmente también bebería el cáliz de tu Pasión, pero no esa noche. Entonces era el momento de mirar hacia su ser y aceptarse, de sentirse niño y llorar como un niño, sin aspavientos, sin impostados golpes de pecho, sin bravuconerías que habrían de desaparecer ya para siempre.
La tentación de ponerse en el lugar de Simón Pedro es demasiado fuerte. ¿Qué debió sentir él al cruzar su mirada con la tuya, Señor? Muchos lo han imaginado, acaso entre las más hermosas está la reflexión que Papini pone en la mente del primero de los Apóstoles en aquel trance:

“Simón, Simón: te había dicho que me dejarías como los demás; pero ahora eres más cruel que los demás. Te he perdonado ya en mi corazón; perdono a quienes me hacen morir y te perdono a ti también y te amo como te he amado siempre; pero ¿podrás tú perdonarte a ti mismo?”
(Historia de Cristo, p. 177. Giovanni Papini)

Cristo de la Noche Oscura, haznos perseverantes para volver continuamente a ti.
V/Señor, pequé.
R/Tened piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...

Quinta Estación
JESÚS ES JUZGADO POR PILATOS (Mt. 27, 1-26)
V/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

“Pilatos por no perder/ el destino que tenía...” así comenzaba una vieja saeta. Los hombres somos dados a disculpar a los hombres. Este Pilatos se vio entre dos fuegos e intentó librarse como buenamente pudo. El jurista y el hombre práctico pugnan durante todo el proceso. Nada había en ti que mereciera condena alguna, el Pretor lo declara paladinamente: “Yo no hallo en éste ningún delito” (Jn. 18, 38).
Tus enemigos tuvieron el cuidado de presentarte como un peligroso revolucionario desafiante con el poder romano. Pero eso no confundió a Pilatos, cuando él te envía a la muerte sabe que está condenando a un inocente. Ese es su pecado. Quiso contemporizar con las elites sacerdotales de Israel, congraciarse con un pueblo que pedía sangre y sacrificó la verdad en el altar de tales componendas.
Tú mismo se lo dijiste durante el interrogatorio al que te sometió “Mi reino no es de este mundo... Tú dices que soy rey. Yo para eso he nacido y para eso he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz.” (Jn. 18, 36-37). Enfrentabas, Señor, con la verdad absoluta a alguien para quien todo era relativo, transigible, negociable. “¿Qué es la verdad?” fue toda su respuesta.
Su caso es el del hombre libre que decide dejarse llevar por las circunstancias o por las conveniencias. Tasó el asunto y puso de un lado a un pobre Rabí, tan inocente como desarrapado, y en el otro a los influyentes, a los que podían indisponerle con sus superiores, a los que, en definitiva, podrían complicarle la vida. Usó de su libertad, sólo que para mal. Un autor lo expresó hace años con sevillano casticismo: “¡Ay, si Pilatos hubiera sido mejor persona!”.
Aunque el destino del Pretor hubiera sido hacer lo que hizo, él era libre y pudo siempre decantarse por obrar con justicia. A partir del presente año una imagen de este personaje se incorporará a la iconografía de nuestra Semana Santa. Que su contemplación avanzando por las calles de Úbeda, sea siempre para nosotros recordatorio de que somos libres y que debemos honrar esa misma libertad que tenemos.
Nadie dijo nunca que la libertad fuera gratis. Desde luego que Pilatos podría haber tenido problemas si te hubiera absuelto, Señor. Seguramente eso le hubiera indispuesto un poco más de lo que ya estaba con sus interlocutores. Pero entonces hubiera sido mejor persona de lo que fue. En lugar de eso el lavatorio de manos evidencia cobardía, deseo de transferir a otros una responsabilidad que sólo a él le tocaba.
Tu condena en el pretorio, Señor, nos obliga a mirar con entrañas de misericordia a todos los que padecen injustamente; a calibrar que cualquier medida que podamos tomar los hombres no tenga consecuencias irreparables; a tener perennemente presente que, como nos enseñó San Agustín, donde no hay caridad no puede haber justicia.

Cristo de la Noche Oscura, ayúdanos a usar responsablemente nuestra libertad y danos discernimiento para distinguir lo justo de lo injusto.
V/ Señor, pequé.
R/ Tened piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...


Sexta Estación
JESÚS ES FLAGELADO Y CORONADO DE ESPINAS (Mt. 27, 27-30)
V/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Hasta este momento de la Pasión, Señor, los padecimientos habían sido hondos, pero principalmente psicológicos. A partir de aquí tu proceso seguirá un camino de ensañamiento físico que tiene difícil parangón en la historia.
El Pretor resolvió que el mejor expediente para librarte de la condena era que dieses pena a la muchedumbre y sus soldados se aplicaron a ello con ahínco digno de una causa más noble. Padeciste la flagelación, una pena infamante que por su contundencia era conocida entre los propios romanos como “media muerte”. Esto no debió parecerles suficiente y decidieron añadir algunos toques de sadismo de cosecha propia: La burla de colocarte un remedo de clámide roja –símbolo militar del triunfo-, la corona de espinas de azufaifo y la caña. Y acercándose a ti, te decían “¡salve, rey de los judíos!”, mientras te pegaban (Jn. 19, 2-3).
Recordando tu Pasión, Señor, cuesta no rebelarse ante la sinrazón de una violencia alevosa y ciega. En todo lo que te hicieron hay mucho de ese odio cainita que levanta hermano contra hermano, padres contra hijos, pueblo contra pueblo.
Ecce homo, proclamó el Pretor a la muchedumbre al anunciarte. Tu imagen frágil y humillada debe ser para nosotros un recordatorio constante: He aquí al hombre. He aquí al débil, al necesitado de ayuda, al que precisa lo más básico. He aquí al hermano al que nos debemos.
Fuiste degradado, Señor, hasta el límite de lo inhumano; mas allí vemos resplandecer tu grandeza. Úbeda lo canta con música y versos propios: “La caña será en tu mano/ en tu mano mando y cetro...” Fuiste coronado con los signos de la burla y el oprobio, pero tu resurrección convirtió esos instrumentos en símbolos de majestad.
El género humano necesita de tu ejemplo. Unos para que la suerte de los demás no le sea nunca extraña. Otros para sacar de ti las fuerzas que a veces faltan ante la adversidad. Cuando el camino se torna complicado, cuando la vida parece cuesta arriba, todos debemos volver la mirada a ti, Señor, y reparar en tu dignidad ante los que te querían mal, en tu divino silencio… Bueno será que los que nos tenemos por discípulos tuyos sigamos el consejo del poeta:

"¿Estás cansado? ¿Escuecen las heridas?
¿Te sangra el corazón a madrugada?
¿Te duelen los silencios, los desprecios,
la triste soledad, la lluvia amarga?
¿Te sientes nieve gris, espejo roto?
¿No se cierran los surcos de tus llagas?
¿Te cansa este dolor? ¿Pesa la muerte
que llevas arrastrando en las entrañas?..."
"Ven entonces aquí, cerca del sueño,
desvístete, descalza tus sandalias,
abre tus manos, cierra vanidades,
estrangula la sed de venganza,
Mira de frente al Hombre en la Columna,
al Verbo que hay en él -fuego en su llama-
mira de frente a Dios escarnecido (…)
y veras que la luz de su mirada
te transforma de paz, naces de nuevo,
adquieres dimensión nunca alcanzada
y veras que las venas y los huesos
se tornan Caridad…, y vuela el alma."
("Mirar de frente a Cristo atado a la Columna" Ramón Molina Navarrete)

Cristo de la Noche Oscura, que tu ejemplo sea para nosotros bálsamo en las preocupaciones y exigencia de compromiso con la suerte de nuestros hermanos.
V/ Señor, pequé.
R/ Tened piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...

Séptima Estación
JESÚS CARGA CON LA CRUZ (Mt. 27, 31)
V/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

“Vio venir el madero de la cruz como un tallo de rosa.
Lo recibió en los brazos abiertos como se recibe una esposa.”

“Ya el árbol seco va a dar su fruto sazonado.
Ya no habrá cruz sin Dios crucificado.”
(“Jesús es cargado con la cruz” J. M. Pemán)

Se inicia el camino final de la Pasión. Tu muerte no podía ser de cualquier modo. Era preciso un modo de morir que te desacreditara, que no dejara ni un rastro de honor en tu memoria, que sirviera para erradicar cualquier pretensión vindicatoria por parte de tus seguidores. Por eso la tuya había de ser una muerte en la cruz. En ese plan resultaba fundamental darle la máxima publicidad al hecho mismo de tu condena.
Hoy, para nosotros, la cruz es el primero y más importante de los símbolos de tu obra redentora, el signo primordial de la entrega, pues en ella de algún modo tomaron cuerpo todas las culpas del género humano que Tú viniste a saldar.
Señor, tu estampa de Nazareno –con una cruz que amenaza de puro grande- será ya siempre para nosotros la imagen de un Dios postrado y solidario. Más que la contundencia física del suplicio nos impresiona el hecho de que el Justo entre los justos asuma una carga que no le pertenece. Para eso habías venido al mundo. El cáliz de tu Pasión comenzaba a apurarse.
A nuestra escala, la cruz es para nosotros una realidad constante. Cada uno tiene la suya y resulta imposible huir de ella. Las actitudes varían con cada quien, aunque lo habitual es renegar, dolerse de un peso que se nos antoja excesivo, desproporcionado, injusto.
Tú no, Tú aceptaste mansamente la cruz y te aprestaste a acercarte por tu propio pie hacia el calvario. Cuando no sabemos por qué. Cuando no encontramos un sentido al sufrimiento, tu imagen cargando con la cruz, Señor, debe confortarnos y darnos fuerza. Cualquiera de los que contemplaran la escena por la Vía Dolorosa pensaría “pobre infeliz”, pero Tú sabías que el padecimiento tenía un sentido y eso te daba fuerzas para seguir adelante, para no aflojar.
¡Qué difícil es a veces ver el sentido de los problemas que se nos plantean! Siempre en el filo de la desesperanza, de pensar que nuestra existencia es semejante a la de las hojas que el viento mueve a capricho. Si Tú no estás, Señor, mucho de nuestra vida no parece tener sentido. Sin tu enseñanza, aceptando la cruz por amor a los hombres, no hay sufrimiento comprensible. Sin ti, creeríamos que el dolor se agota en sí mismo, que no hay posibilidad de que sobre él crezca nada bueno.
Y, sin embargo, por ti sabemos, Señor, que la Pasión era una parte necesaria de tu Gloria.

Cristo de la Noche Oscura, haznos llevadera la cruz de cada día.
V/ Señor, pequé.
R/ Tened piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...

Octava Estación
JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRINEO (Mt. 27, 32)
V/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

El centurión debió acercarse preocupado a ti. A alguien se le había pasado la mano. La dureza del castigo ya infringido amenazaba con acabar contigo antes de tiempo y esa era una perspectiva sombría para alguien puntilloso, apegado al procedimiento. Así pues, el reo habría de llegar vivo hasta el lugar de la ejecución, el prestigio de la propia Roma parecía empeñado en esto. Había que aliviarte algo el peso de la cruz.
El romano debió pasar dificultades. Aquella no parecía ocasión propicia para que se presentaran voluntarios. Una mirada a su alrededor y le tocó en suerte a un tal Simón. Extraña que los Evangelios –tan parcos en algunos pasajes- proporcionen tantos datos sobre este personaje. De él sabemos su nombre, su lugar de procedencia, Cirene, e incluso San Marcos (15, 21) nos proporciona el nombre de sus hijos, Alejandro y Rufo. El propio San Pablo, en su Epístola a los Romanos (16, 13), habla con afecto de este último.
No nos parece probable, Señor, que este Simón te conociera antes de ese momento. Más bien la situación nos hace pensar que fue después del encuentro contigo cuando se convirtió en seguidor de tus enseñanzas. De ahí que los primeros cristianos lo conocieran y, en cierto modo, lo reverenciaran.
Si nuestra suposición es cierta, Señor, el buen Simón debió al principio maldecir su mala suerte por ser el elegido. Verse asociado a la ejecución de alguien nunca ha sido cosa agradable. Acaso luego la cercanía contigo le movió a la compasión y de ahí nació ese sentimiento de amor que lo convertiría en tu discípulo.
Un poco a nosotros también nos pasa. Estamos cerca de tu imagen, Señor, y sentimos un no sé qué que nos estremece. Tú nos has visto, mientras descendemos tu imagen del altar o cuando la limpiamos, hacer un gesto como si se nos encogiera el alma. La verdad es que podemos entrever como pocos algo de lo que debió sentir Simón de Cirene cerca de ti.
También a nosotros el encuentro contigo ha de dejarnos huella. Será en cada caso diferente pero esa experiencia tiene que producir una auténtica renovación.
¿Por qué no esta noche? Cuantos aquí nos encontramos somos un poco cirineos. Pretendemos aliviarte en algo el sufrimiento de tu Pasión, vincularnos a ella, acompañarte en tu camino de dolor. Acaso a algunos de nosotros nos ocurra como a Simón, que hayamos venido sin saber muy bien por qué, que nos hayamos encontrado contigo a la vuelta de una esquina, al cruzar una calle, por la inercia de vestirnos de penitente año tras año... Lo importante es que ahora estamos asociados a ti.

“Para subir la cuesta del Calvario
necesitaste de Simón el Cirineo.
Déjame que, en memoria del que pudiendo todo
aquel día no pudo,
yo, abriéndome camino entre la turba,
toque la cruz... ¡Y me haga la ilusión de que te ayudo!”
(“Jesús es ayudado a llevar la Cruz por el Cirineo” J. M. Pemán)

Cristo de la Noche Oscura pon en nuestro corazón el ansia de encontrarnos contigo.
V/ Señor, pequé.
R/ Tened piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...


Novena Estación
JESÚS SE ENCUENTRA CON LAS MUJERES DE JERUSALÉN (Lc. 23, 27-31)
V/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Un autor contemporáneo ha imaginado el monólogo que una madre pudo tener con su hijito una vez que volvió a casa, tras contemplar tu muerte, Señor, en la primera noche oscura de la historia:
“Hijo, estoy asustada, susurra la madre al oído de su hijo. Sé que no me entiendes, pero no puedo decirle a nadie lo que siento desde esta tarde. He visto matar a un hombre bueno. (...) Y lo peor, hijito mío querido, es que su muerte me ha dejado más sola que si hubiera perdido a tu propio padre.”
“No sé por qué me siento así, huérfana, asustada. Quizá fueron sus palabras cuando pasó a mi lado y me vio llorar lo que me ha dado miedo. ‘No llores por mí, llora por tu hijo; si con el leño verde hacen esto, con el seco qué no harán’. Me estremecí y pensé enseguida en ti. ¿Qué habrá querido decir?" (...)
“Ahora te abrazo y me doy cuenta de que no sirvo para protegerte, como no fue capaz de hacer nada por él su propia madre... Y empiezo a comprender por qué nos dijo que lloráramos por nuestros hijos; él había venido para hacernos a todos un poco mejores, para que diéramos un poco de lo que nos sobra al que no tiene nada; su muerte es más que la muerte de uno cualquiera...su muerte es la muerte de la justicia y de la bondad. (...) Tengo miedo, hijo; miedo por ti y por mí. ¿Quién dará la cara ahora por los pobres? ¿quién nos consolará y nos hablará de aquella manera que nos hacía sentirnos los hijos predilectos de un Dios bondadoso?...”
(La Pasión de Cristo. Una mirada al corazón, pp. 77-76. Santiago Martín Rodríguez)
Siguiendo el relato Evangélico resulta interesante comprobar el papel que las mujeres desempeñaron en tu Pasión. Ahí están Claudia Prócula, las mujeres de Galilea, con María Magdalena al frente, que te seguían de lejos en tu camino hacia el Calvario (Mt. 27, 56), tu propia Madre y ahora el encuentro con estas mujeres de Jerusalén que probablemente intentaran proporcionarte remedios con los que mitigar en algo el dolor del suplicio.
Cuando la iglesia primigenia estaba en desbandada, escondiéndose entre el miedo y el horror, las únicas que abogaron por ti, que se preocuparon por tu suerte, Señor, fueron las mujeres. Quizá por eso fue a ellas a las que primero les manifestaste la gloria de tu resurrección (Lc. 24, 8-10).
Señor, a primera vista extraña las duras palabras que les diriges: “No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos”. Pareciera que les recriminas sus muestras de compasión. Mas que eso las estabas poniendo ante la tremenda realidad que evidencia tu Pasión: Si la justicia de los hombres era tan inicua que mandaba matar al Justo, ¿qué suerte podía esperar el resto del género humano?
Pero Tú mismo eres la respuesta, Señor, Tú eres la vida

Cristo de la Noche Oscura acrece en nosotros el sentido fraternal, de modo que nunca escuchemos a nuestro lado el llanto de quienes se conduelen porque otros sufren cualquier forma de maltrato.
V/ Señor, pequé.
R/ Tened piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...


Décima Estación
JESÚS ES CRUCIFICADO (Mt. 27, 33-34)
V/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Se había escrito en el Antiguo Testamento "maldito es de Dios el que cuelga de un árbol" (Dt. 21, 23). Al tenderte sobre la cruz tus enemigos se aseguraban no sólo tu muerte física sino tu mayor descrédito. Eso debían creer al menos. Poco podían imaginar que desde aquel día la cruz fuera tomada como signo de victoria y que los cristianos de todo el mundo proclamásemos cada Viernes Santo:
"¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto."
(Canto litúrgico)
La cruz es el altar donde consumaste tu obra redentora, haciendo don de ti mismo por obediencia al Padre y por amor a nosotros los hombres. Por medio de ella te uniste en alguna forma a todas las generaciones que quedaron reivindicadas por tu suprema entrega.
Un conocido poema atribuido al santo que tanto tiene que ver con la advocación con la que te veneramos, acertó a expresar el sentimiento a que la contemplación de tu sacrificio nos lleva:
"Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte."

"Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara.
Y aunque no hubiera infierno te temiera."

Aunque, Señor, verte ahí colgado de la cruz, nos da que pensar. Reinar desde una cruz no es algo que nos resulte sencillo de comprender. Eso de tomar la cruz y seguirte se nos antoja posible para espíritus puros, los escasos escogidos que siempre existen, pero no parece asumible para la gente corriente como nosotros.
La propia dimensión de tu entrega hace que nos sintamos pequeños. ¿Cómo vamos a imitarte si a tu lado somos como niños desvalidos, Señor? ¿Qué clase de cruz podremos soportar nosotros que no nos venza a la primera?
Pero Tú, Señor, conoces la cortedad de nuestras fuerzas. No nos darás una cruz que no podamos llevar. No permitirás que los que nos llamamos discípulos tuyos caminemos solos por la senda de la vida, sino en tu compañía.
La cruz es el camino hacia ti, Tú nos lo dijiste. Mas es menester que cada cual halle su senda:
"Nadie fue ayer,
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol…
y un camino virgen
Dios."
("Oraciones", León Felipe)

Cristo de la Noche Oscura, prenda de amor en la cruz, haz nuestra carga llevadera y nuestro yugo ligero.
V/ Señor, pequé.
R/ Tened piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...

Undécima Estación
JESÚS PROMETE SU REINO AL BUEN LADRÓN (Lc. 23, 39-43)
V/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

"Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino." La conversión de aquel que llamamos Dimas es una prueba más de tu triunfo. A la postre el letrero que Pilatos mandara escribir cumplió una misión para el que no había sido pensado. En él se te proclamaba rey, rey de los judíos y tu compañero de suplicio tuvo que verlo. El resto de su conversión debió venir de la mano de la contemplación de tu actitud en la cruz: perdón para los victimarios, resignación, dignidad, mansedumbre... Evidentemente Tú eras Rey y él alcanzó a entrever la naturaleza de tu reino, uno que no podía ser puesto en peligro ni por la infamia de los hombres, ni por la misma muerte. Por eso te rogó que te acordaras de él.
La escena del Gólgota tiene tres cruces. Como afirmó San Agustín "hay tres hombres en cruz: uno que da la salvación, otro que la recibe, un tercero que la desprecia. Para los tres la pena es la misma, pero todos mueren por diversa causa."
El primero de los ladrones elige dejarse llevar por la pasión más baja, hacer que su muerte responda a la vida que ha vivido. Para el otro, sin embargo, una buena muerte justifica una vida.
El ejemplo que nos da el buen ladrón es el de pedir a Dios con humildad. No reclama un lugar de privilegio, como hicieron algunos de tus apóstoles en las horas felices. Solicita simplemente un recuerdo y obtiene una cumplida respuesta. Su valor es el de tener fe en la adversidad. Qué fácil era creer en ti, Señor, en el día de tu entrada triunfal en Jerusalén, cuando todo era saludos y parabienes, o mejor en el esplendor del Tabor. Allí no había duda: eso no era fe, era certeza.
Lo del crucificado fue distinto, fue interpretar unos signos y aceptar tu mensaje en su conjunto, sin reservas ni exclusiones. Fue entregarte su suerte cuando ya nada parecía importar.
El tránsito desde el insulto al amor se concreta en la estampa de estos dos ladrones. Dentro de ella cabe toda la variedad de las actitudes de los hombres hacia tu mensaje. Nada replicaste al que te zahería, pero mostraste toda dulzura con el que se abría a ti.
En nuestra vida cotidiana, a veces también hace falta un suceso extraordinario para que sintamos necesidad de ti. Mientras eso no ocurre a buena parte de los cristianos nos resulta más cómodo mantenerte como una figura algo distante y, sin embargo, basta un leve temblor en el castillo de naipes de nuestra vida para que nos volvamos a ti buscando la seguridad que no tenemos. Frecuentemente hay menos de sincero en nuestra actitud que en aquel ladrón que dialogó contigo. En él la fe era nueva pero de extraordinaria vitalidad:
"Un moribundo ve a Jesús moribundo y le pide la vida; un crucificado ve a Jesús crucificado y le habla de su reino; sus ojos no perciben sino cruces, pero su fe se representa un trono."
(Bossuet citado por J. L. Martín Descalzo en Vida y misterio… p. 334)

Cristo de la Noche Oscura fortalece nuestra fe y danos el coraje suficiente para buscar el perdón, de modo que también un día podamos estar junto a ti.
V/ Señor, pequé.
R/ Tened piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...


Duodécima Estación
JESÚS COLGADO DE LA CRUZ. LA MADRE Y EL DISCÍPULO (Jn. 19, 25-27)
V/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

"Estaba la Dolorosa
junto al leño de la Cruz.
¡Qué alta palabra de luz!
¡Qué manera tan graciosa
de enseñarnos la preciosa
lección del callar doliente!
Tronaba el cielo rugiente.
La tierra se estremecía
Bramaba el agua…María
Estaba, sencillamente.
("Stabat Mater", J. M. Pemán)

Muy cercana ya tu muerte no quisiste pasar sin hacer un último regalo a la humanidad. En el umbral mismo de la vida otorgaste un hermoso testamento.
Dice Juan el Evangelista, aunque se cuida de velar su propio nombre, que junto a la cruz se encontraba un grupito de mujeres a las que acompañaba él mismo. Algo, quizá la rifa de unas vestiduras que muy bien podía haberte hecho tu propia Madre, llamó tu atención sobre aquel grupo.
La mujer que te alumbró estaba allí viendo morir al hijo de sus entrañas y fue entonces cuando, en otro acto más de entrega, pronunciaste la que nuestra tradición venera como tercera de las siete palabras: "Mujer, he ahí a tu hijo" e inmediatamente al discípulo amado "He ahí a tu madre".
Hasta lo poco que te quedaba nos lo ofreciste. Juan representaba allí a todo el género humano, que asume la maternidad universal de María, de modo que Tú, Señor, fueras en todo hermano nuestro. Algo tiene esta escena de concepción, también en ella la maternidad viene precedida de dolor, el tuyo y el de tu Santa Madre que veía como la flor de su existencia estaba extinguiéndose.
Por desgracia, con alta frecuencia los medios de comunicación nos muestran el dolor de madres que han sufrido la pérdida de sus hijos por las causas más variadas: el terrorismo, la droga, la carretera, las hambrunas,…Algo muy hondo parece desgarrárseles por dentro, es como si con sus hijos muriera parte de ellas misma, de su voluntad, de sus ganas de vivir.
El pueblo cristiano ha identificado ese mismo padecimiento en María junto a la cruz. Por eso ha colmado a las imágenes que la representa de cuidados y fervores. Es como si a nosotros, tus hermanos, nos supiera mal que la Virgen se sintiera sola, como si quisiéramos darle siquiera una pizca de consuelo.
En esto nuestra fe tiene ventaja. La figura de Dios, incluso la tuya, pese a tu naturaleza humana, puede resultarnos a veces demasiado inaprehensible, distanciada de nuestra condición y limitaciones. María no, ella es sustancialmente igual a nosotros y por eso su modelo de entrega nos puede ser más cercano.
María es para nosotros el ejemplo de compromiso sin medida, de confianza ciega en ti, Señor. En Ella tuviste a tu primera discípula y nuestro camino de perfección pasa por imitarla.

Cristo de la Noche Oscura, puesto que quisiste que tu Madre lo fuera también de todos los hombres, atiende generoso los ruegos que Ella te presente por cada uno de nosotros.
V/ Señor, pequé.
R/ Tened piedad y misericordia de mí.
(En honor de la Madre de Dios en esta estación rezamos el Ave María.)


Decimotercera Estación
JESÚS MUERE EN LA CRUZ (Mt. 27, 45-56)
V/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Todo estaba ya consumado. Habías apurado el cáliz de tu Pasión hasta el final. En las palabras que pronunciaste en la cruz se resume todo el tránsito de tu existencia. En las tres primeras, el perdón para los que te crucificaron, la promesa al buen ladrón y la entrega a los hombres de la maternidad de María, sigues haciendo el bien. Las dos siguientes refieren tus padecimientos morales - la desgarradora soledad en que te ha puesto tu obra redentora- y los sufrimientos físicos. La postreras nos muestran la tranquilidad de tu espíritu en el momento de rendirlo en manos del Padre Eterno.
Con todo, duele verte así, como Palma te "sacó" de la madera, con tu cuerpo derrotado, ganado por la muerte. Impresiona verte a ti - Señor de la vida- con esa lividez cadavérica que nos acongoja.
La tierra entera se conduele por la pérdida del Justo, que dio la vida por todos:
"Con su frente de Dios dolorida,
con sus ojos de Dios entreabiertos,
con sus labios de Dios amargados,
con su boca de Dios sin aliento…
¡Muerto por los hombres!
¡Por amarlos muerto!
(Gabriel y Galán)

Ahora eres el templo destruido del que Tú mismo hablaste. La contemplación de tu Sagrada Imagen, Señor, es en sí la mejor reflexión para esta estación.
(…)
Cristo de la Noche Oscura concédenos a cuantos nos hemos acercado a ti que, así como un día tenemos que compartir tu muerte, podamos también tomar parte en tu resurrección gloriosa.

V/ Señor, pequé.
R/ Tened piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...


Decimocuarta Estación
JESÚS ES DEPOSITADO EN EL SEPULCRO (Mt. 27, 57-66)
V/ Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/ Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

El velo del templo se rasgó. Dios ya no debía esconderse celosamente entre los secretos de su santuario. Tú muerte nos lo alcanzó y nos lo hizo cercano, accesible. Su majestad no padecía por la cercanía de los hombres, como no padeció la tuya por el contacto con nosotros.
Debía cumplirse la antigua ley, el cadáver habría de ser enterrado con presteza de modo que su sangre tenida por indigna no mancillara la tierra que Yavé había dado en heredad al pueblo elegido (Dt. 21, 23). Esa es la misma sangre que será venerada como la más preciosa que jamás haya existido y que se hace presente entre nosotros por medio del Sacramento de Amor que recuerda el memorial de tu Pasión.
Había que dar sepultura a tu cuerpo. Alfa y omega, principio y fin coinciden en este acto. Termina la obra redentora de tu Pasión y se anuncia el comienzo de la luz nueva que hará cobrar a esa obra pleno sentido: tu resurrección.
Ocurre que entre nosotros la muerte continúa siendo la gran ignorada. Es el único hecho vital para el que no estamos preparados. Su propia contundencia desafía nuestro entendimiento y supone una prueba definitiva para nuestra fe de cristianos.
Pero no tenemos más que confiar en tu mensaje. Del sepulcro se levantó en ti una humanidad nueva, que espera compartir tu resurrección en el sentido más pleno, vencer definitivamente a la muerte como Tú la venciste, participar contigo de la definitiva cercanía del Padre. Necesitamos que tu resurrección nos alumbre el camino porque, sin ella, como se recuerda en la Primera Epístola a los Corintios, vana es nuestra esperanza y vana nuestra fe (15, 14-20).
Señor, dejamos ya en este santuario la Imagen de tu cuerpo exangüe. El viernes te recordaremos sobre la fría losa sepulcral. Mas nada de eso tendría verdadero valor si la alborada del domingo no nos trajera la alegría del reencuentro contigo. Ese día recordaremos tu promesa de que la muerte, que nos atenaza, también será definitivamente vencida.

Cristo de la Noche Oscura danos fuerzas para esperar confiadamente la resurrección y proclamar jubilosos tu alabanza.
V/ Señor, pequé.
R/ Tened piedad y misericordia de mí.
PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO...


Epílogo
“ACOMPÁÑAME TÚ CADA DÍA...PARA QUE TU PRESENCIA COLME MI VIDA...”

Hermanos:
Nuestro Via Crucis penitencial ha concluido. Hemos acompañado a Cristo, varón de dolores, a lo largo de un camino espiritual y físico que quiere recordarle a Úbeda y nosotros mismos la dimensión de su entrega redentora.
Alegrémonos de haber podido tomar parte, un año más, en esta tarea. Recordemos a los que en otras ocasiones nos acompañaron y ahora ya se encuentran en la presencia del Señor y démonos cita para el año próximo, allí donde la Cofradía decida salir, para dar testimonio de Cristo muerto y resucitado.
Que el espíritu y la gracia que Jesús ha alentado en nuestros corazones, permanezca en nosotros, y en cuantos nos han acompañado, durante todo este año.
De acuerdo con nuestra costumbre, finalizaremos con el rezo comunitario de la oración de la Cofradía:
"En las tinieblas densas de mis dudas y ansiedades, de mis preocupaciones y de mi dolor, me acerco a ti, Cristo de la Noche Oscura. Cada año te acompaño en tu lenta agonía del Via Crucis Penitencial. Acompáñame Tú cada día en mi trabajo, para que tu presencia colme mi vida de fe, de caridad y de amor al sacrificio."
AMÉN.
L. D. V. Q. M.

martes, 22 de julio de 2008

- VÍA CRUCIS. 11 DE ABRIL DE 2006, MARTES SANTO. - DANIEL BERZOSA LOPEZ

“Con violencia y juicio fue apresado: ¿quién pensaba, entre su generación, que era arrancado de la tierra de los vivos y herido de muerte por los pecados de mi pueblo?... Después de las penas de su alma, verá la luz y quedará colmado. Por sus sufrimientos, mi siervo justificará a muchos, y cargará sobre sí sus maldades. Por eso se le dará en suerte multitudes, masas recibirá como botín, por haberse entregado a sí mismo a la muerte, y haber sido contado entre los pecadores, cuando Él llevaba los pecados de muchos, e intercedía por los pecadores”.

Isaías 53,8.11-12

“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono”.

Apocalipsis 3,20-21


Primera estación: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE.
V.: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R.: Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Reflexión
“Tomó entonces Pilato a Jesús y mandó azotarlo. Y los soldados, tejiendo una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le vistieron un manto de púrpura y, acercándose a Él, le decían: ¡Salve, rey de los judíos!; y le daban de bofetadas”… Al fin, “Pilato (…) se sentó en el tribunal, en el sitio llamado litóstrotos…” (Jn 19,1-3.13). “Ellos, a grandes voces, instaban pidiendo que fuese crucificado, y sus voces prevalecieron” (Lc 23,23). “Y después se lo entregó para que lo crucificasen” (Jn 19,16a).

Entre el Jueves y el Viernes Santos de Úbeda, Señor Jesús, eres masacrado por el látigo de nuestro pecado, atado a la Columna en el pretorio de San Isidoro; eres mostrado, Ecce homo, de espinas coronado, en el atrio de San Pablo; escuchas, en el estrado de Santa Teresa, con sublime obediencia, tu Sentencia a morir crucificado.

Pero lo que no abandona mi corazón son las voces. Aquellas voces que pedían tu condena y que prevalecieron. Que prevalecen. Voces de la soberbia y la ira; voces de tiniebla; voces que no aceptan su pequeñez ante la Voz de Dios; voces que te acusan por sus propias faltas; voces huérfanas de gracia; voces de almas heridas de muerte, porque no quieren ver la luz. Como la mía cuando me aparto de la verdad; cuando me aparto de tu camino, Señor.

“¡Crucifícale, crucifícale!”, clamo también cada vez que peco. De Adán, heredé el pecado; la salvación de ti, Señor (cf. 1 Cor 15,22), por tu sometimiento a la voluntad del Padre, por tu sacrificio misterioso de muerte para la vida; pues no perdonó Dios a su Hijo, el Justo “por quien todo fue hecho” (Credo), para que por su obediencia llegase “a todos la justificación que da la vida” (cf. Rom 5,12ss).

Me digo con Garcilaso: “No pierda más quien ha tanto perdido” (Soneto VII, 1).

Oración
Señor, al inicio del solemne vía crucis del Martes Santo de Úbeda, imploro tu auxilio con la oración de mi amada Cofradía Penitencial del Cristo de la Noche Oscura:

En las tinieblas densas de mis dudas y ansiedades, de mis egoísmos, de mis preocupaciones y de mi dolor, me acerco a Ti, Cristo de la Noche Oscura. Cada año te acompaño en tu lenta agonía del Vía Crucis Penitencial. Acompáñame, Tú, cada día en mi trabajo, para que tu presencia colme mi vida de fe, de caridad y de amor al sacrificio.

V.: Jesús, pequé.
R.: Ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro.

Segunda estación: JESÚS CARGA CON LA CRUZ.
V.: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R.: Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Reflexión
“Tomaron, pues, a Jesús, que, llevando su cruz, salió al sitio llamado Calvario, que en hebreo se dice Gólgota” (Jn 19,16b).

Jesús Nazareno, por la puerta inconsolable y morada de Santa María, sale con su cruz a cuestas, con el cuerpo masacrado de pies a cabeza y el alma inmaculada de principio a fin. Jesús, “el Sumo Sacerdote que nos hacía falta: santo, inocente, inmaculado” (Heb 7,26), ¡a cuestas con una cruz! La cruz de todos los pecados del mundo: su cruz.

Porque no vas, Cristo, con una cruz cualquiera o, mejor dicho, con la cruz de otro, sino con la tuya. La única que puedes llevar.

Nadie puede llevar la cruz de otro sobre sus hombros: la que cada uno lleva es la suya y de nadie más. Y es la medida exacta de su salvación. Lo atestigua San Juan (que saliste llevando tu cruz) y lo dijiste Tú mismo, Señor, respecto de cada uno: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mc 8,34).

He de cargar con mi propia cruz, iluminada desde la tuya, Señor; la que te dio tu Padre para que yo pueda tratar de entender su misterio de amor por mí dos mil años después y que se contiene en esta afirmación del Apóstol del Apocalipsis: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único; para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Para que pueda entender, Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que, por mi salvación, Dios Padre te destinó a morir crucificado en lugar de escoger otro medio; siendo Él, como es, omnipotente.

Oración
Cristo, dame la gracia para amarte como me amas; para amar a los demás como los amas; para poner ese amor en todo lo que haga, en toda relación que entable, en todo pensamiento que tenga; dame gracia para llenar mi corazón de un amor semejante al tuyo por mí. Señor, Amor de Dios, Luz de Dios, Verdad de Dios, dame tu amor para amarte y amar como debo.

V.: Jesús, pequé.
R.: Ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro.

Tercera estación: JESÚS CAE BAJO EL PESO DE LA CRUZ.
V.: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R.: Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Reflexión
Lo profetizó Isaías: “Eran nuestros sufrimientos los que Él llevaba, nuestros dolores con los que cargaba; y nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado. Por nuestros pecados era traspasado, deshecho por nuestras maldades; el castigo que nos daba la salvación cayó sobre Él, y por sus llagas hemos sido curados. Todos nosotros éramos como ovejas errantes, cada cual por su propio camino, y Dios ha hecho caer sobre Él la maldad de todos nosotros” (Is 53,4‑6).

Cuando Jesús de la Caída recorre la Vía Dolorosa en Úbeda, llego a hacerme una idea de lo que debe ser echarse a los hombros mi pecado y el del resto de los hombres. Porque esa cruz que llevas, Señor, siendo, Tú, Dios, al ser la tuya, pesa lo que la salvación de la humanidad entera. ¿Cómo no va a derribarte su peso? Dice la Tradición que hasta tres veces. Lo que me pregunto, Cristo, es cómo fuiste capaz de levantarla siquiera una sola vez.

Sólo encuentro una explicación. Tu amor infinito por nosotros. Lo reiteró el grandísimo papa Juan Pablo II, de inolvidable memoria, en su primera encíclica, Redemptor hominis, que significa “Redentor del hombre”, es decir, Tú, Señor Jesucristo: “Por esto, al Hijo, «a quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros, para que en Él fuéramos justicia de Dios» (2 Cor 5,21; cf. Gál 3,13). Si «trató como pecado» a Aquél que estaba absolutamente sin pecado alguno, lo hizo para revelar el amor que es siempre más grande que todo lo creado, el amor que es Él mismo; porque «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). Y, sobre todo, el amor es más grande que el pecado, que la debilidad, que la «vanidad de la creación» (cf. Rom 8,20), más fuerte que la muerte; es amor siempre dispuesto a aliviar y a perdonar” (9).

Ahora —seguro que no es casualidad—, el papa Benedicto XVI ha dedicado su primera encíclica a esta cuestión y la ha titulado: Deus caritas est, que significa “Dios es amor”. Y comienza su escrito con esas palabras definitivas de la Primera carta de San Juan: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,16)” (1).

Señor, fuiste capaz de levantarte por tu amor sin límite a mí; porque Tú eres el Amor. Por eso, he de ser capaz de levantarme cada vez que peque, por fidelidad a tu amor y amor a Ti.

Oración
Cristo, con la fuerza del Espíritu Santo, ayúdame a aceptar mi debilidad y a levantarme siempre que caiga bajo el peso de mi cruz.

V.: Jesús, pequé.
R.: Ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro.

Cuarta estación: JESÚS SE ENCUENTRA CON SU SANTÍSIMA MADRE.
V.: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R.: Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Reflexión
“Dios mismo os dará una señal: Mirad, la virgen está encinta y da a luz un hijo a quien pone el nombre de Emmanuel” (Is 7,14)… “Sobre sus hombros tiene el imperio, y se le llama: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz” (Is 8,5b).

Y ahora, ¿qué, María? En este terrible encuentro en un rincón perdido de Jerusalén, ¿recuerdas las palabras del ángel: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin” (Lc 1,31-33)?; o ¿recuerdas la profecía de Simeón: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón” (Lc 2,34-35)?

Te dices: “Tengo el corazón roto, machacado, destrozado, como predijo Simeón; pero también tiene que ser verdad lo que dijo el ángel, porque Dios es veraz (Jn 3,33)”. Y, sin embargo, ¿dónde está ahora ese “reino sin fin” de tu Hijo? Tus ojos de carne ven un condenado a muerte, con su cuerpo destrozado por la barbarie del látigo y la espina. Lo que ven los ojos de tu Corazón Inmaculado cuando se cruzan con los del Sagrado Corazón de tu Hijo es un alma rebosante de divina paciencia y mansedumbre, que te dice: “En el libro está escrito de mí: Dios mío, yo quiero hacer tu voluntad; tu ley está en el fondo de mi alma” (Sal 40,8). Entonces, tú, como en la Anunciación, le respondes, hablándole desde esos ojos purísimos: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38); mientras de tus ojos humanos brota un manantial de Lágrimas, que gritan: “¡Oh, vosotros, cuantos por aquí pasáis! ¡Mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor” (Lam 1,12).

Oración
Cristo, me vuelvo a ti por medio de tu Santísima Madre, omnipotencia suplicante, a través de la oración de San Bernardo:

Acuérdate, ¡oh, piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado de ti. Animado con esta confianza, a ti también acudo, ¡oh, Madre, Virgen de las vírgenes! Y, aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana; no deseches mis súplicas, ¡oh, Madre de Dios!, antes bien, inclina a ellas tus oídos y dígnate atenderlas favorablemente.

V.: Jesús, pequé.
R.: Ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro.

Quinta estación: EL CIRENEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ.
V.: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R.: Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Reflexión
“Y requisaron a un transeúnte, un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, el padre de Alejandro y Rufo, para que tomara la cruz” (Mc 15,21).

El Cireneo no accede a ayudarte de grado, Señor. Han de obligarlo. Seguro que le avergüenza que a él, un hombre honrado, lo vean ayudando a un condenado, reo de muerte y en cruz. Sin embargo, conforme avanza contigo, sucede algo maravilloso. Al menos, lo interpreto así. Simón Cireneo piensa que te ayuda —y es cierto—; lo que no se imagina es que, mientras arrima el hombro, mientras camina a tu paso, mientras alivia tu carga, se está ayudando a sí mismo; su alma se va impregnando del espíritu de verdad, indisociable de esa cruz, tu cruz, la cruz de nuestra salvación. De la verdad que eres Tú, Señor Jesús.

Es un proceso invisible en el que la soberbia del alma humana se diluye hasta desaparecer en el océano eterno de tu amor. Al final de su trayecto contigo, el Cireneo se ha llenado de humildad y mansedumbre; ha comprendido y ha aceptado. Se ha hecho discípulo tuyo, se ha hecho de ti, Cristo Jesús; se ha dado cuenta de que es otro hombre, como dice el Apóstol de las Gentes: “De modo que si alguien es de Cristo es una criatura nueva; el ser viejo ha pasado y ha aparecido el nuevo” (2 Co 5,17).

Ya sé que mi cruz es mía y sólo mía, Jesús. Pero ahora sé también que me pueden ayudar a llevarla y, claro es, que puedo y debo ayudar a los demás a llevar la suya.

Este episodio de tu Pasión, Señor —a mi juicio—, se suma al fundamento del edificio del mandamiento nuevo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Cuando en la economía de la redención, Jesús, Salvador del Mundo, deja que un hombre lo asista y se asocie a Él en su misión de esta forma tan dramática y peculiar, adquieren sentido las palabras de Benedicto XVI: “Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo, contenido en el Libro del Levítico: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (19, 18; cf. Mc 12, 29- 31)” (Enc. Deus caritas est, 1).

Oración
Cristo, quiero ser discípulo tuyo; quiero, Jesús, ser “una criatura nueva”. Señor, Cordero de Dios, que quitas la mancha y el mal del mundo, ayúdame a llevar mi cruz y ayúdame para que auxilie a los demás en su cruz.

V.: Jesús, pequé.
R.: Ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro.

Sexta estación: LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS.
V.: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R.: Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Reflexión
“Que el Señor te bendiga y te guarde. Que el Señor haga resplandecer su faz sobre ti y te dé su gracia. Que el Señor vuelva su rostro y te traiga la paz” (Num 6,24-26).

No se habla de esta mujer en los Evangelios. Lo más plausible es que su nombre responda a lo que hizo al paso del Señor, camino de la Crucifixión. La Verónica se abre paso entre la multitud y los soldados, y enjuga el sudor y la sangre del rostro de Jesús con un velo, en el que se imprime para siempre la verdadera imagen o vero icono del Salvador.

Me sobrecoge intuir que ella sepa. Porque, por su determinación, parece que sabe a quien se dirige. Que sepa, como San Pedro, que Jesús es “el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 15-16). Que sepa también que el rostro de Dios está en el del Hijo; porque Jesús dijo: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 9). Más aún, que sepa que el nombre del Mesías no es porque sí, sino porque Él es El Salvador, indicación del ángel a la Virgen en la Encarnación: “Le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21b). Y, en fin, que sepa, con Isaías, que “fue su Salvador en todas sus angustias. No un mensajero ni un ángel, su Rostro fue quien los salvó” (Is 63,8c-9).

Sólo por tu gracia, Señor, es posible que la Verónica hubiera discernido tanto misterio y lo ofreciese al mundo con tal discreción, sencillez y elocuencia. Y si no es así, sólo por el resultado de su acción, es todo un ejemplo a imitar. Cuando menos, atraviesa la muchedumbre por piedad. Cosa que nadie, salvo Tu Madre, ha hecho. Y Tú, amor de los amores, le devuelves su gesto valeroso con la estampa de tu Santo Rostro, que es la faz del amor.

En Úbeda, Señor, invocamos tu Gracia por medio de tu Santísima Madre el Lunes Santo y todos los días del año en su santuario del Gavellar. Por eso, Cristobillas sonríe desde el cielo, como cuantos se han ido en la esperanza de la advocación ubetense de la Madre de Dios; porque la Virgen de Guadalupe es también “virgen de gracia” y sale al encuentro de todos sus hijos hasta el fin de los tiempos por el camino verde y amarillo del Gavellar eterno. Como en Jerusalén te encontraron tu Madre y la Verónica.

Oración
Cristo, derrama tu gracia sobre nosotros para que actuemos a tu santo servicio con firmeza, discreción y eficacia, como hizo la Verónica y, con San Agustín, te decimos: Cristo Jesús, da lo que mandes y manda lo que quieras.

V.: Jesús, pequé.
R.: Ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro.

Séptima estación: JESÚS CAE A TIERRA POR SEGUNDA VEZ.
V.: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R.: Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Reflexión
“Era maltratado y se sometía, y sin abrir la boca: como cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante los esquiladores, y no abría la boca” (Is 53,7). Pero “en su amor y su misericordia, Él mismo nos rescató y cargó con nuestros pecados y los ha llevado” (Is 63,9).

Pese a la ayuda de Simón de Cirene, el peso de los pecados del mundo —los míos también— es mucha carga. Tu cuerpo, debilitado por la sangría de las múltiples heridas, y tu ánimo, sin duda reducido por la atroz hostilidad de quienes te insultan y escupen a tu paso, vuelven a fallar y te hundes, Señor, bajo el peso inconmensurable de tu cruz.

Pero a lo mejor, en esta ocasión, no te derribó el madero en sí, sino algún recuerdo particular que te hizo desalentarte de cuajo. Como nos sucede a nosotros a veces y nos quedamos sin fuerzas de repente para seguir con lo que estábamos haciendo. Pues si eres, como creemos, “verdadero Dios y verdadero hombre” (Catecismo, cn. 464), pudo ser que tu naturaleza humana se viese sorprendida por un recuerdo tan terrible que decapitase tu voluntad de un tajo invisible y brutal, y ello, junto a todo lo demás, fuese la causa de esta segunda caída. A lo mejor, en el instante anterior a desplomarte, recordaste el momento infame de tu Prendimiento; en el que, de forma especialmente cruel, tu amor y misericordia sin medida recibieron como pago el beso de Judas, que te atravesaría el corazón como el silencioso cuchillo del matarife penetra el del mudo “cordero llevado al matadero”.

Sea como fuere, te levantaste y reemprendiste tu camino: el de nuestra redención. Había un plan que cumplir y lo harías contra polvo y ceniza. Así lo explica Benedicto XVI: “Este actuar de Dios adquiere ahora su forma dramática, puesto que, en Jesucristo, el propio Dios va tras la «oveja perdida», la humanidad doliente y extraviada” (Enc. Deus caristas est, 12).

Hay que levantarse siempre para seguir la estela de tu ejemplo, Señor; por dura, grande o fuerte que sea la caída. Levantarse, mirar de frente y seguir, en la confianza de que Tú nos has dicho: “Te basta mi gracia, pues mi poder se desarrolla en la flaqueza” (2 Co 12,9).

Oración
Cristo, piedra desechada por los arquitectos y convertido en piedra angular, Amor eterno y silencioso, Misericordia encarnada, no permitas que me deje vencer por el mal, antes dame tu Espíritu para que siempre me sobreponga a él y lo venza a fuerza de bien.

V.: Jesús, pequé.
R.: Ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro.

Octava estación: JESÚS CONSUELA A LAS HIJAS DE JERUSALÉN.
V.: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R.: Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Reflexión
“Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él nada sano: heridas, contusiones, llagas vivas, no curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite” (Is 1,6). “Jesús se volvió a ellas y les dijo: ‘Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras y por vuestros hijos…; porque, si esto hacen al leño verde, ¿qué no harán al seco?’” (Lc 23,28.31).

Señor, a lo largo de tu Pasión en Úbeda, tus hijas María del Amor, María de la Esperanza, María de la Caridad, María de la Fe, María de las Penas, María de los Dolores Nazarena, María de la Amargura, María de los Dolores al pie de la Cruz se golpean el pecho y se lamentan también por Ti, junto a “mucha gente del pueblo” (Lc 23,27), como aquellas mujeres de Jerusalén a las que consolaste.

No obstante, si hubiera que señalar a alguna de tus hijas, “la mayor de todas”, según San Pablo, es Caridad: “Subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1 Cor 13,1-7.13). Porque Tú, Señor Jesucristo, que eres Dios, eres caridad, eres amor, eres el Amor (cf. 1 Jn 4,16).

Después de tanto dolor infligido, un hombre esperaría de un castigado el mayor juramento posible de venganza. No forma esa actitud parte de tu herencia, Señor; no es esa tu misión. Y así, pese a la advertencia profética a las mujeres que te lloran, de que se guarden de los hombres que te han conducido a la muerte, tu amor por nosotros, tu caridad para nosotros (que ningún hombre puede ni sabe medir) hará que, antes de partir al Padre (cf. Jn 16,10), clavado en el madero, desangrándote, expirando, nos constituyas con solemnidad y sencillez, sin acepción de personas, hijos de la Santísima Virgen (cf. Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 58), haciéndonos hermanos tuyos con palabras que abren las puertas del Paraíso: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”… “Hijo, he ahí a tu madre” (cf. Jn 19,26-27).

Frente a mi llanto por ti, Señor, me consuelas; y frente a la iniquidad de mi pecado, Señor, no sólo no albergas ningún atisbo de venganza contra mí, sino que, aun crucificado, me regalas la filiación con tu Madre, Hija de Dios Padre y Esposa de Dios Espíritu Santo.

Oración
Cristo, Redentor del mundo, ante el desconsuelo de los que nos compadecemos con tu Pasión, derrama tu bondad inagotable en nuestros corazones suplicantes y aumenta, inspirados por Ti, nuestra fe, esperanza y caridad.

V.: Jesús, pequé.
R.: Ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro.

Novena estación: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ.
V.: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R.: Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Reflexión
“Aquí está mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido, en quien mi alma se complace. He puesto en Él mi espíritu, para que proclame el derecho a las naciones. No grita, no alza el tono, no deja oír por las calles su voz; no rompe la caña cascada, ni apaga la mecha humeante. Proclama fielmente el derecho; no desfallece, no desmaya, hasta implantar en la tierra el derecho, porque las islas esperan su doctrina” (Is 42,1-4).

Tu misericordia infinita, Señor; tu caridad inagotable hace que te vuelvas a levantar una y otra vez. Hasta tres veces, camino del Calvario, dice la Tradición; y así lo meditamos. Pero si hubieran tenido que ser setenta veces siete, setenta veces siete te hubieras alzado. Estoy seguro, Jesús. Porque tu misericordia es infinita, Señor; tu caridad inagotable.

Esto y sólo esto puede explicar tu entrega total y serena a la voluntad del Padre tras la misteriosa lucha sostenida durante la Oración en el Huerto de los olivos, preludio de tu Pasión, Jueves Santo de Úbeda; a la que sigue tu determinación por no abandonar tu cruz, sabiendo que caminas para morir… por nuestra salvación, sí; pero, antes, para morir Tú, Jesús.

Sólo puedo imaginarme ese divino abandono en las manos del Creador por medio de San Juan de la Cruz. En la última estrofa de sus Canciones del alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual (ésas que empiezan “En una noche oscura…”), más que cantar, susurra: “Quedéme y olvidéme, / el rostro recliné sobre el amado; / cesó todo, y dejéme; / dejando mi cuidado / entre las azucenas olvidado” (8).

Al levantarte, Jesús, una y otra vez (y ésta es ya la tercera), me indicas que siempre estás dispuesto a perdonarme, a acogerme como al “hijo pródigo”. Porque tu misericordia es infinita, Señor; tu caridad inagotable. Al levantarte, Jesús, me levantas contigo de mis caídas. ¡Señor Dios, Cristo Jesús, qué inabarcable es tu misericordia, qué inmensa tu caridad!

Oración
Cristo, “Dios clemente y misericordioso” (Ex 34,6), puesto que en Ti “vivimos, nos movemos y existimos” (Act 17,28), y en la esperanza de la resurrección aguardamos (Credo), concédenos la luz de la fe y el don de la caridad, para que, reconociéndote como el único Mediador y Redentor del mundo, nos mantengamos fieles a ti y superemos siempre nuestras caídas en el camino de la perfección cristiana.

V.: Jesús, pequé.
R.: Ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro.

Décima estación: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS.
V.: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R.: Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Reflexión
Un día la gente te aclamó: “¡Viva! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡El rey de Israel!” (Jn 12,12-13). Otro día, Pilato te preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?” (Mt 27,11b); los que urdieron tu muerte y los que la ejecutaron se burlaron de ti: “¡El Mesías, el rey de Israel!; que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos” (cf. Mc 15,31-32); y: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo” (cf. Lc 23,36‑37). Luego, los jefes judíos quisieron rectificar a Pilato, diciéndole: “No escribas ‘El rey de los judíos’, sino que él dijo: ‘Soy rey de los judíos’. Pilato respondió: ‘Lo que he escrito, escrito está’” (cf. Jn 19,21-22).

Tu último viaje a Jerusalén, Señor, el de tu Entrada Triunfal, en Úbeda y en todo el orbe católico, tiene su memorial el Domingo de Ramos. Pero Jesús, ¿qué clase de rey eres tú, cómo es tu realeza, en qué consiste tu majestad? El poder de la realeza, de la majestad de un rey no consiente una humillación ominosa como a la que te someten los soldados en el pretorio, cuando te visten “una túnica de púrpura”, te clavan “una corona trenzada de espinas” y te saludan diciéndote: “¡Viva el rey de los judíos!”; mientras te golpean “la cabeza con una caña”, te escupen y hacen como que te reverencian “doblando la rodilla” (cf. Mc 15,16-19). ¿Dónde están tus huestes? ¿Dónde, tus leales hasta la muerte, que impidan que cargues con la cruz hasta donde se va a verificar tu muerte? ¿Dónde están ahora, en que eres despojado de todo; ahora que tu cuerpo, todo llaga, es mostrado desnudo? Ya se lo has dicho a Pilato, pero no lo ha entendido (nadie lo hubiera hecho entonces): “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis súbditos lucharían para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí” (Jn 18,36).

La realeza de Cristo Rey, Eterno y Sumo Sacerdote (cf. Heb 5,10), del reino de Dios, es la del amor con el que nos amas, Señor. Es el Espíritu de Dios que infunde ese mismo amor en los corazones humanos (cf. Rom 5,5). Benedicto XVI, en su homilía del Domingo de Ramos pasado, ha recordado las tres características que, según el profeta Zacarías, tiene tu realeza; ésta son “pobreza, paz y universalidad” (cf. Zc 9,9-10); y se hallan “en el signo de la Cruz”…, “auténtico árbol de la vida”, que no se alcanza “adueñándonos de ella, sino dándola”… “El amor es entrega de nosotros mismos y, por este motivo, es el camino de la vida auténtica simbolizada por la Cruz”.

Oración
Cristo, ayúdame a convertir tu despojo en triunfo, dándome las virtudes de la humildad, la generosidad, la castidad, la paciencia, la templanza, la caridad y la diligencia.

V.: Jesús, pequé.
R.: Ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro.

Undécima estación: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ.
V.: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R.: Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Reflexión
“Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, lo crucificaron allí, y a los dos malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda” (Lc 23,33). “Lo crucificaron y se repartieron sus vestidos, echando suertes sobre ellos para saber lo que había de tomar cada uno. Era la hora de tercia cuando lo crucificaron” (Mc 15,24-25).

Canta el salmo: “Han taladrado mis manos y mis pies; han contado todos mis huesos. No me pierden de vista, me vigilan; se reparten mi ropa y se sortean mi túnica” (Sal 21,17-19). Pero, escribe San Juan, “no se le romperá hueso alguno” (Jn 19,36b).

Lo humanamente sobrecogedor, ¡oh, Cristo de la Noche Oscura!, es que “teniendo la naturaleza de Dios”, no juzgaste “como codiciable tesoro” el mantenerte “igual a Él”, sino que te ignoraste a ti mismo, “tomando la naturaleza de siervo”, haciéndote semejante a los hombres; y en esta condición de hombre, te humillaste a ti mismo haciéndote “obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz” (cf. Flp 2,6-8).

Este momento (tus manos y pies atravesados por los clavos de la ignominia; tu santísimo cuerpo escarnecido y desangrándose, que es alzado sobre el Calvario, auténtico altar del sacrificio) y el de la institución de la Eucaristía durante la Santa Cena —que en Úbeda ocurre el Miércoles Santo y tiene su eco el Domingo de Pascua en la procesión del Santísimo Sacramento— son indisociables de la misa celebrada por la Iglesia: “Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la Cruz, y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad; banquete pascual, en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de gloria venidera” (Conc. Vat. II, Const. Sacrosantum Concilium, 47).

Oración
Cristo, clavado y alzado en la Cruz, Amor crucificado, llena mi corazón de tu amor, para que reconozca en ella el signo de tu redención; para que acepte que toda esperanza viene de ti, que curas mis enfermedades; para que asuma que si mis faltas son muchas y grandes, mayor y más grande es tu misericordia si confío y permanezco en ti.

V.: Jesús, pequé.
R.: Ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro.

Duodécima estación: JESÚS MUERE EN LA CRUZ.
V.: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R.: Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Reflexión
“Y se le dio un sepulcro entre los malvados, en su muerte se le puso entre malhechores, aunque Él no cometió nunca injusticia, ni hubo engaño en su boca. Pero plugo a Dios atribularle con sufrimientos” (Is 53,9). “Uno de los malhechores crucificados lo insultaba… Pero el otro (…) lo reprendía, diciendo: ¿Ni tú, que estás sufriendo el mismo suplicio, temes a Dios?… Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Él le dijo: En verdad te digo, hoy serás conmigo en el paraíso” (Lc 23,39-43).

La lonja de la Trinidad es el Gólgota de Úbeda. Cristo exhala sus últimas bocanadas de aire antes de precipitarse al abismo de su Expiración. Muere “Dios-con-nosotros”, que, por designio de su Padre, es la Buena Muerte para que el hombre viejo se regenere en nuevo.

“Desde la hora de sexta las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta la hora de nona. Hacia la hora de nona exclamó Jesús con voz fuerte, diciendo: Eloí, Eloí, lemá sabaktaní! Que quiere decir: Díos mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt 27,45-46). Jesús, dando una gran voz, dijo: Padre, todo está acabado, en tus manos entrego mi espíritu; y diciendo esto, inclinó la cabeza y expiró (cf. Lc 23,46; Jn 19,30).

Oración
Cristo, clamo a Ti por boca y espíritu de San Ignacio de Loyola:
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame,
y mándame ir a ti,
para que con tus santos te alabe
por los siglos de los siglos.

V.: Jesús, pequé.
R.: Ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro.

Décimotercera estación: JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ Y ENTREGADO EN BRAZOS DE SU MADRE.
V.: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R.: Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Reflexión
“Un varón de nombre José, que era miembro del consejo, hombre bueno y justo (…), originario de Arimatea, (…) se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús; y bajándolo, lo envolvió en una sábana”… (Lc 23,50-53a). Junto a la cruz de Jesús, estaba su Madre (cf. Jn 19,25).

María permanece junto a la Cruz con el corazón anegado de Angustias. Tras el Descendimiento de Jesús muerto, ponen el cuerpo sin vida del Hijo en los brazos de su Madre. Los Evangelistas no dicen nada sobre los sentimientos de la Santísima Virgen; tampoco dicen una palabra acerca de los suyos. ¿Respeto, pudor, incapacidad para expresarlos?

La verdad es que tampoco sé muy bien como traducir mi desolación, cuando el Viernes Santo esta escena se rememora en Úbeda o cuando, en cualquier momento, medito esta penúltima estación del vía crucis. Ofrezco estos versos de Isaías, que parecen hechos para la Semana Santa y para un pueblo olivarero como el nuestro:

“La tierra está de luto, maldita; mustio y marchito el universo, cielo y tierra están mustios. / La tierra está profanada bajo los pies de sus habitantes, porque han transgredido la ley y violado el precepto, han roto la Alianza eterna (…). De luto está el vino, la viña languidece, todos los que tenían el corazón alegre gimen. / Ha cesado la alegría de los tambores (…). / La ciudad de la nada está en ruinas, cerrada la entrada en toda casa. Lamentos por las calles (…). / Sólo devastación queda en la ciudad, la puerta está rota y en ruinas. Pues en la tierra, entre los pueblos, sucede como en el vareo de la aceituna, como en la rebusca de la uva, después de la vendimia” (Is 24,4-5.7-8a.10-11a.12-13).

Oración
Cristo, en ti me refugio, recurriendo a tu Santísima Madre, por medio de la Salve:

Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra. Dios te salve. A ti llamamos, los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh, clementísima! ¡Oh, piadosa! ¡Oh, dulce siempre Virgen María!

V.: Jesús, pequé.
R.: Ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro.

Décimo cuarta estación: JESUS ES DEPOSITADO EN EL SEPULCRO.
V.: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R.: Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Reflexión
José de Arimatea “lo depositó en su propio sepulcro, del todo nuevo, que había sido excavado en la peña; y corriendo una piedra grande a la puerta del sepulcro, se fue” (Mt 27,60).

La peña de Úbeda se llama “Iglesia Mayor Colegial de Nuestra Señora de los Reales Alcázares y Nuestra Señora de la Asunción” (Ruiz Prieto, Historia de Úbeda, p. 280), de todos conocida como Santa María, y por su Puerta de la Adoración se accede al Santo Sepulcro de Nuestro Señor todos los Viernes Santos. Allí, Jesús, tiene lugar tu Santo Entierro y allí yaces; mientras tu Santísima Madre, que te ha seguido desde Nazaret, es decir, desde San Millán, queda en la más absoluta Soledad; como nos quedamos, Señor, nosotros sin ti.

Acongojado por la tristeza y el dolor, espero y confío en el día glorioso de tu Resurrección. Porque sin ella, Señor, como reconociera San Pablo, nuestra fe es vana (cf. 1 Cor 15,14). Y me calmo recordando las palabras que aquellos dos hombres “con vestidos deslumbrantes” les dijeron a las mujeres que fueron “el primer día de la semana, al rayar el alba”, a tu sepulcro: “Recordad lo que os dijo estando aún en Galilea: Que el Hijo del hombre debía ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y resucitar el tercer día” (cf. Lc 24,1-7).

Y Tú, Señor mío, eres El Resucitado y me traes la Paz todos los Domingos de Pascua desde la iglesia de San Nicolás. Y, también, me resucitas y hallo la paz, cuando me reconcilio contigo y vivo según tu voluntad; porque absolutamente solo, sin rumbo, en tinieblas estoy, cuando de ti me aparto: de ti, que eres “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6), “¡oh, Señor!, Roca mía y Redentor mío” (Sal 19,15).

Oración
Cristo, al acabar este vía crucis del Santo Martes de Úbeda, invoco tu ayuda para no apartarme de ti y resucitar contigo, mediante la oración atribuida a San Francisco de Asís:

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz: donde haya odio, ponga yo amor; donde haya ofensa, ponga yo perdón; donde haya discordia, ponga yo armonía; donde haya error, ponga yo verdad; donde haya duda, ponga yo la fe; donde haya desesperación, ponga yo esperanza; donde haya tinieblas, ponga yo la luz; donde haya tristeza, ponga yo alegría. Que no me empeñe tanto: en ser consolado, como en consolar; en ser comprendido, como en comprender; en ser amado, como en amar. Porque dando, se recibe; olvidándose de sí, se encuentra; perdonando, se es perdonado; muriendo, se resucita a la Vida.

V.: Jesús, pequé.
R.: Ten piedad y misericordia de mí.
Padrenuestro.


“Una voz manda: ¡Grita! Yo digo: ¿Qué he de gritar? Todo mortal es hierba, toda su gloria como flor del campo. La hierba se seca, la flor se marchita, cuando el soplo del Señor le llega. ¡Sí, el pueblo es la hierba! La hierba se seca, la flor se marchita, la palabra de nuestro Dios permanece por siempre”
Isaías 40,6-8

“«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo»… «Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre» (…) Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?»… Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él (…) Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios»”.
Juan 6,51.55-58.60.66.67-69

Madrid, 11 de abril de 2006
Laus Deo et Beata Vergine Maria